EXPOSICIÓN ONLINE

Vicente Castellano

Julio Agosto y Septiembre

2022

Rue de París (1955)

55 x 46

Oleo sobre lienzo

Eglise de Saint Germain des pres Paris (1955)

55 x 38

Oleo sobre lienzo

Estructuras (1957)

65 x 81

Óleo sobre tablex

Estrucutras (1957)

50 x 66

Óleo sobre lienzo

Estructuras (1957)

45 x 61

Óleo sobre tablex

Estructuras (1957)

73 X 55

Óleo sobre tablex

Estructuras (1957)

73 x 60

Oleo sobre tablex

Estructuras (1957)

35 x 40

Óleo sobre tablex

Estructuras (1957)

60 x 45

Óleo sobre lienzo

Estructuras (1957)

43 x 61

Óleo sobre lienzo

Estructuras con escalera (1985)

81 x 100

Óleo y arpillera sobre lienzo

Escalera (1968)

60 x 75

Óleo y arpillera sobre lienzo

Escaleras (1980)

81 x 116

Óleo y arpillera sobre lienzo

Vicente Castellano

Vicente Castellano 

Si consideramos el itinerario de Vicente Castellano desde sus principios, contactaremos de inmediato -a pesar de inevitables vías transversales, por no decir rupturas- la homogeneidad de su año. Verificarse en él, en permanencia, más de los tópicos, el gusto por la rugosidad de la materia, la concisión ya claridad de la organización, la justa dosis de una luz cruda y una inclinación por la construcción, virtudes, entre otras, inseparables del temperamento artístico mediterráneo, pero que no se exilian de una singular simbología, exenta -la mayor parte del tiempo- de dramatismos inoportunos. Vicente Castellano no se satisface, por consiguiente, sólo en el apoyo del vocabulario formal, sino que cabalga a menudo, según las fases de su temática, los caminos de la metáfora capaces de expresar las fuerzas directrices de su dialéctica íntima. En él coinciden curiosamente dos opuestos: por un lado una discreción y un pudor extremos, y por el otro, la febrilidad y un entusiasmo natos para emitir y comunicar los fundamentos de un arte dirigido a la vez hacia las sedimentaciones profundas de un ser, y hacia el constante deseo de comunión, a veces polémico, con el mundo de los hombres. Estas observaciones no quieren inducir a una ambigüedad radical o más bien a una indecisión -a pesar de que un gran arte sea siempre ambiguo- sino subrayar la lucha interior del artista a fin de abrir las convergencias y las divergencias de su estructura mental. Su trayectoria, rica en metamorfosis, no sufre de lo aproximativo, sino que se aprovecha de sus contradicciones. Pintor de instinto, dotado sin embargo de una sólida formación en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, y con su padre y un hermano pintores ellos mismos, Castellano es también un hombre de reflexión. Cultiva sus propias teorías, adaptadas a su registro psico-afectivo, y no se detiene en el análisis de las sinuosidades de su problemática, pasando de una a otra al hilo de una síntesis continuamente cuestionada por la búsqueda de la verdad de la pintura. Perfectamente informado de la historia del arte contemporáneo, en el cual se insertan naturalmente, se desmarca del mismo a través de los • contrapuntos de un estilo fuera de las modas. A partir de 1980, Castellano vuelve progresivamente a la pintura informal, siempre con planos superpuestos, collage y juegos de pasta más lisos, acompañados de colores sobrios, manifestando un concepto de espacio estático, que, en sus prolongamientos, sugiere a la profundidad, y fa interpenetración de los varios espacios revelados. El orden geométrico sigue rigiendo estos territorios matéricos de pura intensidad y de gran rigor, donde resbala una luz interior que determina la resonancia de cada cuadro. De vez en cuando aparece un círculo oscuro o un detalle extraño en tales áreas, que nos recuerdan la voluntad de Castellano de nunca alejarse de una existencia simultáneamente vivida y soñada, donde el significado de los símbolos confirman la ambivalencia de esta obra  madura y magnífica, llena de cultos y evidentes poderes. 

Gerard Xuriguera 

Escritor, historiador y crítico de arte

Lo eterno y lo transitorio

 

Recordemos a Baudelaire al hablar de nuestra «modernidad». Corresponde al artista »separar de la moda cuanto pueda contener de poético dentro de lo histórico, de extraer lo eterno de lo transitorio». Así la primera «mitad» de la tarea artística consistiría en formular una idea de eternidad. Esta primera exposición organizada por la galería Muro nos remite a algunas décadas anteriores y lo hace con gran acierto. Resulta magnífico que todavía podamos encontrarnos con parte de los debates artísticos que ocuparon a la cultura europea a partir de la Segunda Guerra Mundial y se prolongan hasta hoy mismo. Tanto más si tenemos en cuenta que estos trabajos de antaño soportan sin desdoro una mirada retrospectiva. Vicente Castellano nació en Valencia en 1927 en un ambiente artístico propiciatorio. En 1955, un año antes de participar en las primeras manifestaciones del grupo Parpalló, el grupo más emblemático de la renovación artística valenciana del que fue uno de sus fundadores, residió por primera vez en París, en la Ciudad Universitaria, donde compartió estudio con Eusebio Sempere. En 1957 fijó su residencia, que mantendría durante dos décadas en la capital francesa. Sus primeras obras abstractas no son trabajos preparatorios, esbozos o borradores de lienzos venideros, aunque nos aclaren en este sentido la génesis de sus cuadros futuros. Un centro vacío, trazos helicoides, grises matizados, verticales interrumpidas: todo esto ya lo encontramos en sus obras de juventud. Las formas geométricas nunca son superficies estables, con bordes rectos y claros. Indican una dirección, en ocasiones. dejan märgenes vacíos o amplios bordes en la parte superior o inferior de la imagen: Al jugar a veces con reminiscencias figurativas, o al utilizar papeles de diferentes calidades, al emplear desgarraduras, o al presentar, en ocasiones una vertical como si se tratara de un costurón, sus dibujos y collages oscilan entre lo recargado, y lo diáfano, entre la transparencia y la opacidad. Entre superficies negras, cerradas, que rechazan la luz y superficies blancas que la atraen. La imagen se transforma, ante los ojos, en una superposición de capas que presentan la visibilidad de una superficie, pero frágil como la piel escamada de muros recubiertos de una materia sin nombre. Es esta la «génesis que encontramos siempre, y en cualquier lugar, en el arte. Según Paul Klee, al que descubrió el joven pintor en sus primeros años de estancia en París, se trata de uma dinâmica cósmica que sería eterna El artista, al aproximarse al punto «original de la creación, podría «presuponer las «fórmulas propias de todo cuanto existe en el reino de la naturaleza Klee exigida para el artista una libertad análogo a la de la naturaleza en estado natural. La génesis cósmica no está acabada. Todavía no se nos han revelado todas las formas visibles. El trabajo propio del artista consiste en concebir la forma-devenir del cosmos, combinar de manera diferente las propiedades de lo visible, sobrepasar los límites de esta tarea de creación del mundo, reconociendo para su génesis una duración continuada. Hay una lógica de la visión que se cuestiona en la imagen pintada: los medios plásticos y las reglas de su construcción originan los organismos. Esta misma dinámica marca las primeras creaciones de Vicente Castellano, una obra con múltiples facetas que, sin embargo, se percibe como unitaria: sus imágenes representan algo, pero no representan nada relacionado con una experiencia común, aquella que organiza lo visible como un espectáculo de objeto que podemos identificar. El pintor trabaja para revelar el sentido. Muy pronto, a comienzos de los años sesenta, su práctica se transforma. Descubre en su pintura la magia de los materiales recuperados. Procede a lo que él llama «relicarios». El sistema del recipiente o de la inclusión funciona a la vez como un principio de orden y de caos, donde fragmentos de muebles, llaves, botones, hebillas y dados, ruedas, tornillos, piezas de relojería, tapones de botella, son recubiertos por un color sombrío. La capa de pintura negra o gris remata la unificación y la fusión de estos fragmentos de una realidad, a final de cuentas, transmutada. Estamos ante una manera de fijar la luz diversamente en los perfiles y en los interiores de los objetos ensamblados, un modo de detener el tiempo, de darle peso a la sombra fugitiva… Que hace comprensible lo que efectivamente está en juego, siempre y en cualquier lugar, en eso que llamamos «arte», el deseo de «extraer lo eterno de lo transitorio»

 

Emmanuel Guigon

                                                                              

 Texto de la exposición de la Galería Muro 

 

Emmanuel Guigon es museólogo, doctor en Historia del Arte por la Universidad de la Sorbona (París) y actual director del Museu Picasso de Barcelona. Guigon es especialista en vanguardias históricas, surrealismo, arte español moderno y contemporáneo y arte europeo de posguerra. Antes de ser director del Museu Picasso de Barcelona fue director delegado responsable de los museos de la ciudad francesa de Besançon. Ha sido director y conservador del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estrasburgo (Francia), así como conservador jefe del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).

  1. Castellano, pintor íntegro

 

Uno de los artistas que traté más asiduamente durante mis años del

 

IVAM, fue Vicente Castellano, antes de conocerlo en persona, sabía de su presencia en el París heroico de los años cincuenta y sesenta, de su vuelta a Valencia, la ciudad donde había nacido en 1927, de su pertenencia al Grupo de los Siete, a Parpalló y al Movimiento Artístico del Mediterráneo, de su persistencia en los caminos entonces trazados, y poco más. En su alto y abarrotado estudio de la Valencia moderna, y luego en la galería que nuestro común amigo Basilio Muro abrió en la calle Correjería, tuve ocasión de ir conociéndolo-un hombre íntegro, que vive la pintura como una reli gión-, y de ir conociendo su obra. El catálogo de su individual de 1998, con la que echó a andar aquella sala, lo prologó Emmanuel Guigon, con un texto en el que supo decir la belleza y el misterio de su producción de los años cincuenta y sesenta, a la que estuvo dedicada aquella muestra.

 

Basilio Muro vuelve ahora sobre el Vicente Castellano de los años parisienses. El marchand es un irremediable nostálgico de los años que pasó en la capital francesa. El pintor y él hablan a menudo de sus experiencias allá. Más de una vez sale en su conversación el nombre de Jacinto Salvadó, al que ambos trataron, y al que admiran profundamente. El pintor coincidió con los inolvidables Eusebio Sempere y Lucio Muñoz en el Colegio de España de la Cité Universitaire. Navegó por aguas primero cubistas-más cerca de Braque que de Picasso-, y enseguida abstractas. Tenía entonces muy presente el mundo cristalino de Paul Klee, aquel pintor-poeta que quiso hacer visible lo invisible, y que como lo ha estudiado precisamente Guigon, constituyó una referencia fundamental para aquella generación española. Vicente Castellano se fijó además en la lección de los constructivistas rusos, un rasgo compartido con el propio Sempere, con Alfaro, con Salvador Montesa, con Salvador Soria. De lo que se hacía en torno suyo, le interesaron especialmente la obra rigurosa y a la vez cálida de Serge Poliakoff, la del geómetra por libre que siempre fue Alberto Magnelli, y la de algunos de los entonces llamados formalistas, de los que tuvo espe cialmente en cuenta sus enseñanzas matéricas, algo que más tarde se traduciría en su acercamiento a la arpillera.

 

Me impresionaron, realmente, algunos de los cuadros del Vicente Castellano de los años cincuenta incluidos por Basilio Muro en aquella exposición de 1998, y uno de los cuales fue adquirido por el IVAM. Me impresionaron por esa mezcla de rigor y de calidez a la que acabo de hacer referencia a propósito de Poliakoff. Por su austeridad, por su despojamiento compositivos, por un cierto primitivismo, pero también por la gama cromática en juego: amarillos, ocres, pardos, grises, azules… Me resultaron, además, extremadamente sugerentes los papeles de los años sesenta que los acompañaban, sutiles indagaciones, viajes interiores, pequeños mundos germinales…

Durante los años sesenta para ser más exactos, de 1962 a 1968; el dato lo da Gerard Xuriguera en la monografía que le dedicó en 1987 Vicente Castellano realizó sus cajas negras y secretas, lo que él mismo llama sus relicarios», que contienen mínimos objetas encontrados, en los que el humor juega un papel importante.

Todo esto, habrá ocasión de volver a reflexionar ahora, ante el nuevo conjunto de piezas vintage seleccionado por Basilio Muro.

 

Juan Manuel Bonet

Juan Manuel Bonet  escritor y crítico de arte y literatura.Fue director del museo Reina Sofia (Madrid ) director del IVAM (  Instituto Valenciano de Arte Moderno ) y  director de Instituto Cervantes de París

La obra de Vicente Castellano, tan equilibrada y racional, tan precursora y rupturista, alcanza en su conjunto tan altas cotas estéticas que merece ser considerada como una de las aportaciones más coherentes, válidas y destacadas del arte contemporáneo del País Valencia. Fue uno de los fundadores del «Grup Parpalló», el primer paso que daba Valencia en favor de la innovación del arte. Fue para Valencia la que el Dau al «Set» para Barcelona o «El paso» para Madrid. Pero el «Parpalló» reunía a unos jóvenes que iban a ser con el tiempo los mejores artistas del país: Castellano, Alfaro y Sempere, Genovés o Gavino. En aquel 1956 que marcaba un antes y un después, aunque ellos no lo supieran, Castellano pintaba su primera obra abstracta, una «estructura» de 73 x 54 que siempre ha guardado en su taller. Al año siguiente tomaba la decisión drástica de instalarse en París y se alojaba en el pabellón Español de la Ciudad Universitaria, compartiendo habitación con Sempere. Cuenta que éste le acompañaba en la apasionante aventura de ir descubriendo poco a poco los, para ellos, fascinantes vericuetos artísticos parisinos. Sin embargo, no es pintura la de Caste no que haya de reaccionar forzosamente condicionamientos ambientales o culturales. Es evidente que París enriqueció su persona y agudizó su sensibilidad. Pero la pintura seguía fiel a aquella frase de juventud «Me interesa la estructura y a su genuino sentido poético. Había descubierto eso sí, la clara de Malevich y el supremacismo. Sin embargo, sus espacios rectangulares, a menudo superpuestos, aceptaban formas curvilíneas y matizaba el color en gamas sordas de pardos, grises, con toques a veces de amarillo o de violeta, y, por otra parte, recurría con gusto al collage. En los años sesenta, se sintió muy próximo al Nouveau Réalisme y sus construcciones admitieron objetos, o mejor se convirtieron en ensamblajes; fue sustituyendo al marco, el bastidor y la tela por cajones de madera poco profundos. Así en su serie de «Objetos relicario» de 1962 que incorpora ordenadamente botones y llaves, hebillas y dados, cajas metálicas, ruedas, tornillos, piezas innumerables de difícil clasificación y toda clase de objetos. Luego, el mayo del 68 le hizo reflexionar sobre las bases de aquella cultura en crisis y abrió su casa a una especie de revisión de los orígenes de los grandes mitos de la antigüedad como Baco o Venus, lento y la Medusa. El color se enfría y además del blanco y del gris vale de un azul como de acero. Con su regreso al país en 1977, para no perderse la recién inaugurada democracia, sus composiciones se diversificaron como recurridas por una ráfaga de imaginación creativa. Actualmente se interesa fundamentalmente por la ecología y sus estructuras aluden a los bosques y a la vida natural. Resumir una obra tan vasta y sutil en pocas líneas sería presunción vana. Me limito, pues, a dar ciertos indicios, algunas variantes que en nada modifican la fundamental unidad y homologue. Deidad de la obra de Vicente Castellano en su conjunto, que siempre se caracteriza, desde un punto de vista formal, por la sabia integración de toda clase de materiales, por la equilibrada composición y la contención en el color. Pero por encima de todo ello, lo que de veras la caracteriza es ese halo poético, ese pálpito humano que la hacen única e inconfundiblemente suya Por haber conseguido dentro de la máxima austeridad pura riqueza infinita de formas, por haber logrado con las sobriedad del color innumerables matizaciones cromáticas, por haber realizado a lo largo de toda una vida una pintura abstracta, perfectamente construida y susceptible de producir una emoción herética profunda, pero por encima de todo, por haberse mantenido invariablemente fiel a sí misma, la obra de Vicente Castellano es hoy una obra ejemplar.

Maria Luisa Borras.

Fue doctora en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona escritora y  crítico de arte