Composición piramidal (1974)
73 x 92
Acrílico sobre lienzo
Precio
Mayo y Junio
2022
Una trayectoria de pionero Gerard Xuriguera.
Sería utópico creer que el tiempo es imparcial con todos. Aquello que hoy escapa al filtro falaz del mercado, de ciertas galerías e instituciones, no queda necesariamente condenado al olvido o al purgatorio, pero padece inevitablemente de un déficit de credibilidad, teniendo en cuenta los sistemas de legitimación y de promoción que rigen. Desde luego, las condiciones existenciales de las artistas en los años veinte no son comparables a las de hay. Pero en cualquier época, los artistas demasiado modestos no consiguieron el éxito que hubiesen merecido, sin que su talento haya sido puesto en cuestión.
No sabiendo ni deseando someterse a las reglas del mercado, ni queriendo tampoco convertirse en cortesanos, tuvieron que pagar por su propia independencia. Es el caso de JACINTO SALVADÓ, pintor de una exquisita urbanidad cuya trayectoria de pionero en el constructivismo es iniciada con esplendor en una exposición de la Galería Dalmau, la más activa en la Barcelona de los años treinta ha sabido responder siempre a las expectativas, aunque no haya logrado derribar el muro de la indiferencia.
Tentado como la mayoría de sus compatriotas, Miró, María Blanchard, Dalí, Bores, Peinado, Fernández o La Serna, por la búsqueda de nuevas lenguajes, Salvadó, tras haber asistido a la escuela de Bellas Artes de la capital catalana, prosigue sus estudios en Marsella, luego en París, donde decide instalarse. Influenciado sucesivamente por las virtualidades expresivas de la figura y los efectos del cubismo analítico, su pensamiento organizador le llevará muy pronto por los caminos del arte construido.
A la influencia de Picasso, de Dada y del Surrealismo, prefiere por consiguiente el rigor purista de Malevitch y de Mondrian; al lirismo concertado de Kandinsky la razón, al grito el estilo. Esto no le impide, sin embargo, relacionarse con Derain, frecuentar a Picasso, de quien será modelo para «el Arlequín«, ahora en el Louvre, y de estrechar relaciones amistosas con Max Bill.
En cuanto al Bauhaus, de él conserva el concepto global que apunta hacia la arquitectura y a la exactitud de los encadenamientos, aunque también se emancipa de el mediante la libertad de sus armonías estructurales y la soberanía contrastada del color.
Respaldado por su experiencia y su propia percepción del espacio pictórico, Salvadó aspira a una realidad materialmente justa, regida por la ponderada combinación de sus formas trabajadas en el seno de un dispositivo poblado de llenos y vacíos en el que se difumina la idea de espontaneidad, pero no la homogeneidad que gobierna la estricta unión entre las relaciones.
A pesar de su despojo que evita todo simulacro de profundidad, la geometría alegremente escondida por el artista catalán se basa en la interacción de sus proporciones y de sus acordes, donde se derrama una luz irradiante cubierta por un cromatismo fragmentado. Apoyándose en una disciplina interior que acompaña su fuerza moral, Salvadó elude así la mínima intrusión exterior para elevar sus arquitecturas constituidas de esferas y de triángulos, de rombos y de rectángulos, de planos ramificados y de finas tiros verticales, que se sobreponen, se poyan y se imbrican en una permanente preocupación de precisión y equilibrio.
La certeza del grafismo, que baliza el campo sin arrepentimiento, aporta aquí sus apoyos reguladores, dejando al color el tiempo de ejercer la precisión de su canto llano. Jamás, sin embargo, el pintor de Mont-roig se exilia de una inspiración sensible que refleja la tradición humanista de su tierra natal, ya que no ignora, al igual que Descartes, que «la sensibilidad es un orden«.
De esta forma, podemos experimentar en este arte, el sentido de los valores, de la ponderación, de la claridad y del discernimiento. Y, sobre todo, del emana ese sentimiento contrario a toda confusión, pesadez o aproximación, la búsqueda del simple necesario, virtudes inseparables del alma mediterránea. A partir de 1925, la muy seria galería parisiense Bing expone regularmente la obra de Salvadó, seguida luego por Worms-Billiet, antes de que la galería Heller tome el relevo y que en los albores de la transición democrática la galería Juana Mordó le rinda un destacado homenaje en Madrid.
Paralelamente, su itinerario cuenta asimismo con numerosas participaciones en importantes manifestaciones internacionales, pero la gloria apenas lo roza. La exposición que nos convoca sirve de este modo para recordarnos la presencia de esta obra rara que pertenece por derecho al patrimonio estético ibérico. Una gran frescura, audaz pero sin ostentación, escribía yo en 1977, anima estas composiciones a la vez silenciosas y sonoras, que se renuevan sin cesar, evitando la esclerosis y la recurrencia.
Ningún tipo de sequedad las petrifica dentro de un esquema reductor. Flexibles y estáticas despliegan de manera impecable sus compactas armonías modeladas por una afectividad subyacente. Más allá de la adversidad, de las memorias desfallecientes y de los malentendidos, la magnífica obra de Jacinto Salvadó habla para sí misma. Esta se inscribe, naturalmente, en la historia de la abstracción geométrica ofreciéndonos la imagen de una juventud inalterable al servicio de un arte de síntesis particularmente vivificante.
Gerard Xuriguera